El fuego astral se extingue
cuando los espejos interiores cambian el ángulo en que reflejan la luz del sol.
Se produce entonces una confusión de rayos entrelazados que golpean fuera de
las zonas predeterminadas, quemando así todo brote vegetal y estropeando en
pocos días el trabajo de años.
Si no se rectifica oportunamente
la posición de los espejos, la quemazón de los brotes deja la tierra
completamente árida, transformándola en un verdadero desierto que por las
noches se congela y en el día se abrasa, y que va matando de a poco toda
partícula de vitalidad.
Después sucede que largas horas
de viento polar siembran esa amargura tan característica de las personas sin
afecto, y cuando esa semilla negra se multiplica, la raíz del alma sufre una
violencia que la deja sin visión astral de manera permanente, y el hombre
prisionero de esta alma zombi no es capaz de despertar ya nunca más a la vida
interior.
Quien vea con pavor que sus
espejos no reflejan según el orden natural, debe trabajar el color verde con
urgencia, hasta retornar toda humedad en el fondo psíquico, humedad que, de no
rectificar el ángulo de los espejos con ayuda de herramientas específicas,
volverá a sufrir el proceso de calcinación y ya no será posible rescatar nada
de la materia original. El cuerpo sigue vivo, desde luego, pero el alma se
muere irremediablemente.