El amor es, en esencia, uno solo,
aunque tiene distintos grados de manifestación. La pureza del amor siempre está
condicionada a la calidad del ser. A mayor calidad del ser, más pureza tiene el
amor. Pero hay que entender que no se trata de una fuerza ciega, sino de una
muy poderosa energía inteligente.
El amor no es un sentimiento,
aunque su presencia exalta la cuerda de los sentimientos, desde el más bajo
hasta el más elevado, dependiendo, por supuesto, de la calidad del ser y de la
pureza del amor.
El amor es un flujo que viene
siempre de arriba, en contraposición al deseo, que es un flujo que se origina
desde abajo. El germen del amor debe ser cultivado y acrecentado por voluntad.
Es una semilla que debe germinar mediante trabajos específicos que la mayoría
descuida o simplemente desconoce. A esto se debe que el vulgo sólo sea capaz de
expresar el germen del amor, y nunca sus frutos. Sin voluntad nunca hay
verdadero amor.
Una de las más claras señales de
la presencia del verdadero amor en un ser, es la voluntad de sacrificio que
manifiesta. El sacrificio personal en beneficio del “objeto” amado, que puede
ser una persona o todo el Universo, es la cara luminosa de una línea de
polaridad que en el otro extremo presenta un egoísmo absoluto.
El egoísmo, que sólo se ama a sí
mismo, no conoce el amor, porque es imposible amar un espejismo. Un ego aislado
de otros egos no puede ser real, porque sólo Dios es Uno y todo lo demás es
conjunto, pluralidad. Sólo mediante el amor, esa pluralidad podrá alcanzar el
divino estado de la unidad, es decir, Dios.
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