El cultivo de los pensamientos
sobre un campo que se llama enfermedad, cuando es un mal del alma primitiva, se
permite bajo un cielo despejado de cualquier instinto, de cualquier impulso en
el centro del microcosmos.
Digo alma primitiva por montaña
de roca en pleno desierto, de cumbres por sobre la caída de cristales en la
atmósfera, previo a la formación del fondo marino. La enfermedad de aquella
roca se ve a simple vista en las fisuras y grietas que aparecen de arriba a abajo,
desde el origen de los tiempos, y que causan estruendosos estallidos
emocionales de odio y de furia muy difíciles de contener.
De esta enfermedad nace la
conducta criminal del hijo bastardo frente a sus hermanos, quizás por envidia
de sus méritos, tiñendo con su hálito el siempre precario orden social, el que
poco a poco se va desestabilizando.
Caín también es padre y educa a
sus hijos a no perder el impulso del Santo Egoísmo.
Luego, el defecto en la materia
que debe ser manipulada, nombrado demonio o espectro infernal, es la semilla
del árbol cuyas raíces afirmarán la pobre tierra erosionada.
Lo que muchos callan por
prudencia o temor es que la
Virtud generada como Planta Solar en todo pensamiento y en
toda emoción, saca sus aguas germinales del Pozo Negro, donde los pecados se
arrastran como serpientes en el lodo.
La conciencia bañada en esa agua
inmunda se envenena de su propia sal y sale a buscar antídoto a la superficie.
Nace de esa forma el amor a la luz y el camino hacia Dios, noble trabajo que se
mantiene a fuego durante toda la existencia, siempre en espera de la Salud Eterna del Alma.