La felicidad es un atributo
primaveral. Para vivir feliz, hay que fijar la primavera en la quintaesencia
del alma con el fin de que haga madurar el espíritu. Los frutos de esta
primavera subatómica constituyen en sí poderosos elíxires que serán administrados
para la eterna salud del alma y el visible fortalecimiento del cuerpo.
Según el calendario civil, se
debe recoger el rocío cósmico desde el inicio de la primavera, septiembre en el
hemisferio sur, y transmutar estas influencias al interior del Vaso Hermético.
Procedimientos previos deben llevar a cabo la completa limpieza del cuerpo, la
pureza del alma y la templanza del espíritu. Luego hay que disponer ciertos
elementos geométricamente.
La felicidad va creciendo
exponencialmente hasta alcanzar la potencia de un fuego. Todo germina y florece
muy rápido, como estallidos de energía que suelen escaparse de control. Se
trata de una verdadera planta nuclear, pero de energía muy sutil. Entonces,
para controlar este excesivo ardor de la tierra, hay que humedecerla con
lágrimas. El régimen de las lágrimas debe quedar establecido de antemano.
Muchos creen que la felicidad
exime al hombre de sufrir. Eso es falso, porque nadie, ni siquiera Dios, está
completamente libre del sufrimiento. El acto de sufrir es un acto creador y
regenerativo, una oportunidad concreta de crecimiento espiritual. Pero debe
tener un tiempo limitado. Un alquimista sabe que el sufrimiento es un evento
temporal, mientras que la
Felicidad es Eterna.
Ser feliz no es ser perfecto. ¿Quién
es perfecto? La perfección del hombre no es una perfección absoluta, no al
menos en este plano, pero a la larga, si alcanzamos una perfección relativa, si
despertamos y tenemos fe, estamos destinados a vivir en nuestros cuerpos
sutiles y librarnos para siempre de estas toscas envolturas tridimensionales.
Jesús dijo: “seréis más que ángeles.” Y esto, verdad o mentira, recién es el
comienzo, porque no podemos desprendernos así como así de nuestros cuerpos
sutiles si no contamos con un vaso que los contenga.
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