La multiplicación opera en todo
el Universo, y por ende, también en el interior del ser humano. Es el efecto
principal de la ley de generación.
Todos los efectos se transforman
en causas, produciendo los infinitos fenómenos de la naturaleza. El hijo es un
efecto del padre, pero a su vez será también la causa de una nueva vida, y así
se multiplican los seres.
En el ser humano se multiplican
las causas que lo llevan hacia el deplorable estado espiritual en que se
encuentra, y al estar dormido, no puede impedir esta funesta multiplicación que
lo contamina hasta llegar a un nivel de suciedad interna prácticamente
irreversible. Esto es porque todas las cosas engendran su similar. La rabia
produce rabia, el odio mucho más odio, lo que resulta inevitable a menos que el
trabajo haga sublimar y transmutar los pecados hasta convertirlos en virtudes.
Luego, el sólo trabajo de
polarizar las energías dará las luces necesarias para que se efectúe la
multiplicación. Hay que trabajar entonces sobre el germen de la voluntad para
que ésta, mediante un esfuerzo sostenido, logre despertar la mente del hombre.
Una mente dormida, en cambio, no es capaz de ver, carece por completo de luz.
Con la voluntad se cambia
gradualmente la oscuridad en luz necesaria que permite ver aquello que
obstaculiza la irradiación del sol interior. Cuando el iniciado multiplica su
voluntad y alcanza la conciencia, tendrá entonces el poder de transmutar el
plomo en oro, labor que le tomará quizás el resto de su vida.
La cantidad de oro espiritual que
obtenga durante su larga o corta vida, será la que se llevará incorporada a su
alma cuando ésta desencarne de su cuerpo. Después, seguramente deberá retornar,
porque el tiempo terrestre es limitado, y porque aún quedarán muchas impurezas
en su vaso alquímico.
El ser humano es la más baja
manifestación del Absoluto, y su trabajo de ascenso es el más arduo, pero es el
que llegará más alto cuando el tiempo terrestre se acabe. Entonces la
multiplicación del hombre será la más grande bendición en el seno de la gran
causa primera: Dios.
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