viernes, 11 de septiembre de 2015

MEDITACIÓN

La meditación permite concentrar todas las energías en un solo punto. Sin embargo, elegir ese punto es lo que suele conducir a error a los aprendices.

Muchos se concentran en adquirir poderes, en mover objetos con la mente, en producir fenómenos visibles, y cuando logran hacer esas cosas quedan satisfechos, pero siguen tan dormidos como antes.

De hecho, el orgullo que resulta de la obtención prematura de esas facultades, los hunde aún más en las profundidades del sueño.

Podría decirse que en realidad nunca aprendieron a meditar, que sólo aprendieron a concentrarse. Sin embargo, no se concentran en aquello que podría haberlos despertado, y se quedaron mucho más alejados del camino de la iluminación.

Toda persona que logra sumergirse en su propio silencio interno, aún cuando no adopte la postura del loto, está meditando.

Este silencio es la verdadera presencia del espíritu en la mente del hombre, es el agua bendita que baña cada una de sus células, revivificándolas y dotándolas de una fuerza que antes no tenían.

Pero el espíritu nunca se manifiesta cuando en la mente aún hay residuos que enturbian el agua, o cuando hay ruidos que interfieren la fluidez de la música divina.

Un pintor sólo puede crear su obra sobre un lienzo en blanco, inmaculado. Si el lienzo está sucio deberá limpiarlo antes de tirar la primera pincelada.

Habiendo notas disonantes, la música pierde su belleza y su coherencia. Por analogía, nuestros bajos pensamientos son disonantes con respecto a la sublime música silenciosa emanada del espíritu. Por eso, el primer trabajo de aquel que se pone a meditar, es acallar la mente por completo.

La meditación debería ser el estado natural del ser humano, un estado en el que nunca se perdiera la noción del yo.

El aprendiz empieza a ser conciente de todos los impulsos que nacen de su cuerpo, y es capaz de separar su yo de esas manifestaciones.

Al meditar, su mente silenciosa deja de escuchar las voces del deseo, de la vanidad y del orgullo, y comprende su absoluta insignificancia ante la vastedad del cosmos y de toda la creación.

Se siente como una gota en el océano, una gota que si se evapora ante el calor del sol, nadie echará de menos.

Esta conciencia de su insignificancia puede ir acumulándose en su alma si medita correctamente, y hará que, con el tiempo, refleje la potente luz del absoluto a través de su ser.

Cuando esto ocurre, el aprendiz se transforma finalmente en un iniciado, y puede entonces iniciar voluntariamente su camino de evolución personal

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