Transforma todo lo que haces en
algo sagrado. Cualquiera sea tu actividad en cualquier momento, hazla con el
corazón puesto en lo infinito y en lo eterno.
Cualquier trabajo, cualquier
movimiento o gesto, te ocupa cierta cantidad de energía, y ese tiempo no puede
ser perdido. Tú no puedes perder un solo segundo en tu camino hacia el centro.
Desde lavarte los dientes hasta escalar una montaña, deben ser actos sagrados
dedicados a Dios. Realízalos en plena conciencia de ti mismo y vive en constante
meditación. Otorga real dignidad a cada uno de tus movimientos, sabiendo que
todo sirve para hacer crecer tu espíritu.
No dejes nunca nada al azar.
Actúa siempre con elegancia, como si estuvieras participando de una danza
cósmica, y pon tu conciencia por sobre las mezquinas limitaciones de tu cuerpo.
Tu cuerpo es tu herramienta, no tu amo. No lo obedezcas, sino que mándalo. Tú
eres el amo. Tú eres el jefe. Obliga a tu cuerpo a reverenciar la vida y
regocíjate con cada instante, con cada experiencia, con cada dificultad, con
cada conquista.
Transforma la pequeñez en
grandeza. Haz que cada hora, que cada minuto sea para ti una magnífica
eternidad. Nada puede sobrar en tu vida, y lo que te falta es sólo ilusión. El
poder está en tu interior: sácalo. Todo lo que haces es acto de magia. Agudiza
tus percepciones. Despierta los sentidos
y respira la vida. Tu mundo interno es tu Universo. Expándelo. Disuelve
tu personalidad y guíate por tu Dios interior. El tiempo es ahora y no existe
otro. Siempre es ahora.
Agradece a Dios por este secreto
que te ha sido revelado.
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