viernes, 9 de octubre de 2015

UNA MALA MUTACIÓN

No somos homo sapiens y tampoco somos homo sapiens sapiens. Este último término significa: “hombre que sabe que sabe”, lo que no es más que una pretensión absolutamente fantástica e irrisoria. La primera significa “hombre que sabe”, lo que también es falso, porque el hombre sabe muy poco, aunque hoy está en una posición inmejorable, con ayuda de la avanzada tecnología que ha desarrollado, para darse cuenta de que su saber es mínimo. Cualquiera de nosotros puede reflexionar sobre el hecho de que, a título personal, muy poco sabemos acerca de las cosas que vemos a diario. Por ejemplo: ¿Sabemos cómo funciona nuestra computadora, o podemos entender a cabalidad la teoría de la relatividad, de las cuerdas y de las supercuerdas? ¿Cuántos de nosotros sabemos y comprendemos el funcionamiento integral de nuestro organismo? Entonces, calificarnos de homo sapiens es sólo un reflejo de la enorme vanidad que ostenta el ser humano. Una vanidad que se viene arrastrando desde el tiempo de los griegos, o quizás de antes.

Con el tiempo la humanidad ha ido mutando, eso es innegable. Ha tenido que adaptarse a las condiciones de su medio ambiente, a cambios climáticos y geográficos, y en ese proceso de adaptación ha surgido la tecnología, es decir, ha creado herramientas para ayudarse a sobrevivir y facilitarse la vida. La ciencia está descubriendo hoy que las tecnologías utilizadas por antiguas civilizaciones es mucho más avanzada de lo que se creía. De hecho, no asociamos la palabra tecnología con aquellos pueblos antiguos. Nos resulta más cómodo imaginarlos como semi monos vestidos con pieles y cazando animales con cuchillos de piedra. Nos imaginamos a los egipcios construyendo las pirámides… ¡con las manos! ¡Pura fantasía! Porque, aunque sabemos muy bien cuánto pesa cada uno de esos bloques de piedra que sirvieron para la fabricación de aquellos monumentos colosales, nunca hacemos la relación, ya que entonces comprenderíamos que es imposible subir esos bloques gigantescos con la pura fuerza del músculo. Lo mismo se aplica a los Moais de Isla de Pascua, a Machu Picchu, a Stonehenge, etc. Estos hombres “primitivos” sí contaban con una tecnología.


Pero la tecnología no es sabiduría. El hombre es inteligente, pero no es sabio. Y la inteligencia tampoco está repartida de manera equitativa. Seamos francos, la tecnología la han desarrollado algunas personas, y el resto nos hemos beneficiado de las cosas que inventaron estos cerebros privilegiados. Desde la rueda hasta los cohetes espaciales, desde el papel hasta la más moderna tablet, todo se lo debemos a muy pocos hombres. ¿Y dónde está el supuesto saber del ser humano? Aire, solamente aire. De hecho, ahora estamos peor que antes. Estamos destruyendo el planeta con nuestra avanzada tecnología, vivimos insertos en sociedades que nos vuelven locos, neuróticos, bombardeados diariamente con información que nos lava el cerebro, hipnotizados por los objetos que poseemos, esclavizados por esa misma tecnología que debería servirnos y facilitarnos la vida. Ya no somos hombres, somos cyborgs. El teléfono celular es casi parte de nuestro cuerpo, no podemos vivir sin Internet, estamos la mayor parte del tiempo con los ojos puestos sobre una pantalla. Somos cada vez más en el mundo, y cada vez vivimos más aislados, pero con la ilusión de que estamos hiper conectados. Y cuando se nos apaga la computadora somos unos completos inútiles.

miércoles, 7 de octubre de 2015

FILOSOFÍA Y ESPIRITUALIDAD, UNA MEZCLA IMPRESCINDIBLE

El conocimiento se basa en estos dos factores, llamados filosofía y religión (o espiritualidad), que bien pueden ser análogos al mercurio y al azufre alquímicos, generando así la verdadera sabiduría en el hombre, (Piedra Filosofal) sabiduría que podría definirse como dorada, o de oro. La filosofía es el conocimiento teórico, la enseñanza técnica que debe saberse de antemano antes de pasar a la práctica. Pero es esta última la que otorga la verdadera sabiduría, sinónimo de espiritualidad.

Digamos que la filosofía se encarga del estudio de conceptos abstractos, como la mente, el espíritu, e intenta indagar más sobre las causas que sobre los efectos. De la filosofía nace la ciencia, que se encarga de lo concreto, de la materia, y que ha hecho colosales avances en ámbitos como la biología, la física, química, etc. Sin embargo, a partir de las investigaciones sobre el átomo, la ciencia abre puertas que van más allá de la materia, y traspasa el área que tradicionalmente estuvo a cargo de la filosofía y de la religión.

Filosofía y religión deben ser una sola cosa. Lo teórico, puesto en práctica, da paso a la espiritualidad, es decir, a la Ciencia.

Ser espiritual no es algo sencillo para el hombre (nunca puede tratarse de una simple impostura) porque se requiere poseer un detallado conocimiento previo y un elevado estado de conciencia para llevarlo finalmente a la práctica. De hecho, elevar el nivel de conciencia para iniciar el trabajo ya implica desarrollar una verdadera ingeniería interna, por lo que se trata de un esfuerzo netamente científico.

Pero una ciencia sin filosofía y sin religión es solamente técnica, y se desenvuelve dentro de un estrecho margen de especialidad. Así, por ejemplo, se han desarrollado técnicas para dividir el átomo, técnicas para visualizar galaxias lejanas y medir sus distancias, técnicas para combatir las enfermedades del cuerpo (solamente) y en ese viaje va creando aparatos cada vez más sofisticados, máquinas poderosas que llevan la técnica a un nivel parecido al de la perfección. ¿Para qué? ¿Cuál es el real objetivo de la “ciencia”? ¿Saber por saber? ¿Mejorar la vida de las personas?

¿Al servicio de quién está la ciencia hoy en día?


La verdadera Ciencia nace siempre del espíritu, palabra que ya esta en franco desuso entre los científicos contemporáneos. Todo debe ir unido, y unido en el interior del hombre, en el microcosmos: la Filosofía, la Religión, la Ciencia, el Arte… deben ser una sola cosa, tal como explican los textos alquímicos tradicionales, que hablan de una sola materia, del Uno, etc. 

viernes, 2 de octubre de 2015

RITUALES

Transforma todo lo que haces en algo sagrado. Cualquiera sea tu actividad en cualquier momento, hazla con el corazón puesto en lo infinito y en lo eterno.

Cualquier trabajo, cualquier movimiento o gesto, te ocupa cierta cantidad de energía, y ese tiempo no puede ser perdido. Tú no puedes perder un solo segundo en tu camino hacia el centro. Desde lavarte los dientes hasta escalar una montaña, deben ser actos sagrados dedicados a Dios. Realízalos en plena conciencia de ti mismo y vive en constante meditación. Otorga real dignidad a cada uno de tus movimientos, sabiendo que todo sirve para hacer crecer tu espíritu.

No dejes nunca nada al azar. Actúa siempre con elegancia, como si estuvieras participando de una danza cósmica, y pon tu conciencia por sobre las mezquinas limitaciones de tu cuerpo. Tu cuerpo es tu herramienta, no tu amo. No lo obedezcas, sino que mándalo. Tú eres el amo. Tú eres el jefe. Obliga a tu cuerpo a reverenciar la vida y regocíjate con cada instante, con cada experiencia, con cada dificultad, con cada conquista.

Transforma la pequeñez en grandeza. Haz que cada hora, que cada minuto sea para ti una magnífica eternidad. Nada puede sobrar en tu vida, y lo que te falta es sólo ilusión. El poder está en tu interior: sácalo. Todo lo que haces es acto de magia. Agudiza tus percepciones. Despierta los sentidos  y respira la vida. Tu mundo interno es tu Universo. Expándelo. Disuelve tu personalidad y guíate por tu Dios interior. El tiempo es ahora y no existe otro. Siempre es ahora.

Agradece a Dios por este secreto que te ha sido revelado.